jueves, 11 de septiembre de 2008

Arturo Sodoma



Ojos de esperanza en el metro




Ángeles motociclistas llevaran en sus ruedas las nuevas odas,
haremos una revolución en la sangre de la humanidad,
somos los paracaidistas que se avientan al abismo,
nosotros sabemos que la profundidad es inmensa
y que en el infinito el grito irradiador del poema también se escucha.
[1]



Ante la mirada asombrada de los usuarios del metro trascurrió el día decretado de la poesía en la Ciudad de México. La idea de convocar poetas y de regalar libros junto de lecturas en la ciudad fue de Eduardo Olivares y de un servidor, al principio creímos que tal proeza era demasiado alocada y tal vez hasta peligrosa. No se sabía cómo la gente iba a responder ante esta situación.
Hoy fue un día frío, lluvioso, y lleno de incertidumbre, no obstante nuestro espíritu combativo nos impulsó a realizar tal acto. Como primera acción pensamos en repartir poesía a las taquilleras del metro, de ahí partiríamos a regalar poesía y leer en los vagones del subterráneo.


La espera y el desconcierto invadieron nuestra odisea. Cuando se llegó a la estación del metro citado se nos informó que no podíamos realizar ese acto, que necesitábamos permiso y que lo mejor sería que repartiéramos los poemas y libros afuera de la estación. Ese fue un golpe directo a nuestras ilusiones de compartir poemas y regalar sonrisas.


Nadie de los compañeros se dio por vencido y empezamos a repartir nuestros poemas en la calle, Tonathiu Mercado y yo entramos a los restaurantes cercanos de la zona y leímos poesía, mientras uno leía el otro repartía hojas, Héctor Rojas, Cristian Picón, Lando Micco y Eduardo Olivares repartían sus textos por toda la Glorieta de los Insurgentes.


Me le acerqué a una chica en las afueras del metro Insurgentes y le regalé un libro, al principio no lo aceptó, después, ella estuvo buscándome por toda esa glorieta, me pidió un poema y me dijo:
-Disculpa no soy de México y todo mundo aquí me quiere vender algo, además que hoy ha sido un mal día para mí.
Acto seguido, se fue con su libro, sus labios eran una gran sonrisa o una mariposa abriendo sus alas y por último le dije:
-La poesía te hará feliz el día de hoy y en el futuro.


¿Cómo alguien puede creer que la poesía alcanza a hacer feliz a las demás personas?
Sin duda, y sin miedo a una equivocación que me pudiera hacer perder la cabeza o una apuesta jugosa, declaro que en verdad la poesía puede transformar un vacío existencial, un día estresado o un enojo de oficina.


Después de haber repartido poemas por alrededor de la glorieta, nos interceptaron unas personas que trabajan en el metro, y nos dieron una buena noticia, nos dijeron que sí podíamos hacer nuestro acto en el interior.


Ya unos compañeros habían repartido su poema en algunas estaciones, Edgar Khonde estaba esperando en el metro Observatorio en ese momento llevó su poema a la taquillera de aquella estación, Eduardo Olivares ya estaba en otra estación repartiendo poesía, Javier Gaytan se había trasladado del metro Cuatro Caminos hasta el metro Zapata regalando en esas dos estaciones poemas a las expendedoras de boletos, Pedro Hesiquio había hecho lo mismo en las estaciones de Mixcoac y San Antonio, Patricia y María repartieron sus poemas de Zócalo a Portales entre usuarios y trabajadores del transporte público.


Quedamos Tonathiu, Lando, Cristian, Héctor y yo, nosotros decidimos terminar de repartir poesía en la Estación del metro Balderas, tan sólo por recordar a Rockdrigo González y hacer un mínimo homenaje al poeta del nopal. Del metro insurgentes nos trasladamos al metro Balderas, ahí empezamos nuestro acto poético, en verdad teníamos miedo, no es lo mismo leer detrás de una mesa de alguna universidad o centro de cultura que tener que exponerse ante los cientos de personas que ocupan un vagón, además de que la gente que va a una lectura en alguno de los lugares antes citados van preparados para escuchar poesía, la gente que viaja en metro va preparada para la intervención de un vendedor ambulante, el manoseo de un enfermito sexual o el asalto cauteloso de un experimentado ratero, pero nunca hubieran esperado poesía, mucho menos que poetas regalen sus propias obras sin pedir nada a cambio.


Tonathiu y Héctor se colocaron máscaras artesanales, que el mismo Tonathiu hace. Cristian, Lando y yo repartimos poesía mientras los enmascarados declamaban, Héctor se sabe de memoria Comunión Plenaria de Oliverio Girondo, ese poema retumbo en el alma de los usuarios del metro.


Al principio nos veían con angustia, no dudo que estuvieran esperando el cobro del poema o de plano un atraco tipo performance, esto me ha sucedido a mí, en una ciudad tan surrealista puede pasar cualquier cosa, un día domingo a las nueve de la noche me subí al metro y unos punks se pusieron a cantar lo siguiente: Este es un asalto chido, saquen las carteras ya, bájense los pantalones o los vamos a basculear, presten medallas, aretes, anillos y pulseras también somos batos muy ojetes y nadie nos va a parar… mientras cantaban la canción del poeta del nopal pasaban por cada lugar con una pistola y nosotros ( los usuarios del metro), sacamos nuestras moneditas o billetes y se las dábamos, aunque realmente cuando estuvieron frente a mí los cinco punks me vieron y dijeron -a este no, se ve más jodido que nosotros- y se fueron a otro vagón.


Me remetí a ese momento dominguero y pensé que la gente se iba a espantar con cinco poetas, dos de ellos enmascarados y tres con una gran diferencia de atuendos que podríamos jurar que el eclecticismo en la vestimenta ha dejado lejos viejos estereotipos de poeta egresado de la facultad de Filosofía y Letras muy remoto de lo que hoy en día usamos. Una verdadera diversidad poética concentrada en un vagón. Muchos de los presentes de primera no aceptaron el poema, después hubo quienes nos pidieron más poemas.


Mientras repartíamos poesía había un pequeño niño sin zapatos, llevaba un vaso desechable de unicel y pedía dinero, mientras yo leía Ausencia de ti, sus ojos se quedaron contemplados en el libro, deje de leer y se dio la vuelta, antes de que saliera con su vaso y sus pocas monedas le obsequié el libro que antes lo había hipnotizado, él a mí me regaló sus ojos de esperanza.
En otro vagón ya habíamos empezado nuestro asalto poético, en un rincón de ese tren, con la mirada en el piso, una chica lloraba, tenía los ojos como aquellos que sufren de mal de amores, a ella le di otro libro y al leer uno de los poemas volvió a sonreír, creo que leyó un poema de desamor y si hubiera sido así la hubiera colapsado de tal forma que en vez de sonreír hubiera llorado más, pero para tal suceso tan extraño tengo algunas explicaciones: o mis poemas de desamor provocan risa o ella sintió dentro de su soledad un abrazo poético, una letra compañera y consciente de su sentimiento, una palabra que descubriera verdaderamente su estado de ánimo o tan sencillo como el simple regalo de un desconocido que se le acerca para compartir con ella la vida. El compartir la vida provoca sonrisas espontáneas.


Por fin llegamos a nuestro destino final, el metro Zapata, de ahí caminaríamos por la calle de Félix Cuevas hasta llegar a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en dónde leeríamos los poemas de todos los participantes y ahí mismo llegarían los poetas que hicieron sus odiseas en otras estaciones y líneas del metro.
Antes de salir de la estación me dirigí hacia la ventanilla de venta de boletos, me formé como si fuera cualquier pasajero y cuando me tocó estar frente a la taquillera le di el último libro que llevaba, ella con cara de asombro y nervios lo aceptó.
En estos momentos me pregunto, qué estarán diciendo todas aquellas personas que hoy recibieron un poema.
Tal vez alguien llegó de su rutina diaria y le dijo a su esposa:
-Hoy un grupo de jóvenes me regaló este poema, ven deja te lo digo al oído.
Tal vez en otro hogar, la chica de los ojos llorosos siga sonriendo.
O aquella anciana de anteojos y suéter café siga leyendo cada uno de los poemas mientras se toma una avena caliente para acompañar al ritmo de las letras con el silencio de la noche.
Lo más seguro que el niño siga hipnotizado por el libro.
Al final, ya afuera de la estación nos tomamos una foto, esa foto quedará como el recuerdo de aquellos que regalaron poesía para intentar tocar el alma de las personas y darles un día de no violencia, de no tristeza, de no desilusión.


Me da alegría pensar que un texto puede dar amor, me da alegría pensar que la señorita taquillera hoy estará con sus hijos hablando de este suceso. Creo que el humanismo aún puede salvar al humano; poesía para todos, poesía para los obreros, poesía para los detractores de la humanidad, poesía para que el sol siga brillando como lo hace todas las mañanas cuando los pájaros con sus trinos nos enseñan a cantar.
En lo personal me doy por pagado con sus caras de asombro, sus mejillas sonrojadas, sus ojos de esperanza, sus dientes con caries o no; brillantes como luna llena.
Seguiremos haciendo intervenciones poéticas, siguen los mercados, las plazas, los aviones, los reclusorios, los asilos, y todo aquello que se pueda intervenir con poesía.
En cuanto llegamos a la universidad, ya nos estaban esperando un grupo de poetas y todos nos dirigimos al auditorio para leer nuestras obras repartidas.


Entre los que leyeron estuvimos: Araceli Román, Santos Rikal, Alejandro Cienfuegos, Tonathiu Mercado, Ireri Campos, Linda Guiza, Patricia Luna, María Olvera, Edgar Khonde, Pedro Hesiquio, Javier Gaytan, Eduardo Olivares, Julieta Ragu, Cristian Picón , Guillermo Rojo, Eduardo Mosches, Héctor Rojas, Lando Micco y yo. Además se leyeron textos de escritores que no pudieron asistir como el caso de Arianna Bañuelos y su ensayo: A los “fusionistas”; voz de juventud, voz del hoy y del mañana, y del poeta Agustín Cadena llamado Café San Martín. También se regalaron entre los participantes y público, libros que donó la poeta Leslie Aimee Hassey. Por último se leyó el segundo manifiesto fusionista.
Así fue como dimos por concluido un día en que la poesía recorrió los vagones del metro y en las manos de las taquilleras las alas de las letras se posaron.

Arturo Sodoma

Mixcoac 2008





[1] Fragmento del segundo manifiesto Fusionista

3 comentarios:

MoonInTheWar dijo...

y hasta acá, hasta pone feliz leer esta nota.......

arien3notas dijo...

Qué hermoso recorrido y que lluvia de poesía más esperanzadora en este desierto con grandes posibilidades de florecer....Atacama florece...¿Comó no ha de florecer el cemento con tan bellas semillas derramadas por toda la metropolis?

Un gran saludo y un beso infinito a todos loes Poetas-Serpientes.

Bárbara

Selene Veletti dijo...

Querido Arturo:

Hasta hoy tuve la oportunidad de leer tu semblanza de este tan notorio día.

La verdad que me has dejado anonadada. ¡Qué alegría! No sabes los sinsabores que me has quitado con tan plausible evento. Te agradezco a ti y Eduardo por haberme hecho partícipe de tan buena idea.

Besito ñiño.